Hoy traigo un ejercicio fácil para todos vosotros:
Imaginad por un momento que tenéis una pareja sentimental con la que tenéis una vida sexual activa. Algunos de vosotros no estaréis ejercitando la parte creativa de vuestro cerebro todavía porque ya os encontraréis en esa situación vital, pero aún así, seguid conmigo un poco más.
Pongamos, haciendo una suposición loquísima de triple mortal hacia atrás con tirabuzón, que sois los flamantes poseedores de un smartphone y supongamos también que, por cuestión de distancia o simplemente porque ese día os apetece picantonear, un buen día se os enciende la bombilla y decidís que os vais a hacer un vídeo para disfrute personal e intransferible de vuestra pareja para cualquier punto indeterminado de la posteridad.
¿Seguís todos conmigo?
Perfecto.
Ahora cerrad los ojos e imaginad que esa persona con la que habéis compartido secretos, intimidad física y emocional y un trozo de vuestras vidas, muestra y envía a terceros ese vídeo. Un vídeo que, en su momento, compartisteis con ellos desde la más absoluta confianza y seguridad de estar protegidos por la confidencialidad total de alguien que supones que te guarda respeto y que, incluso, te profesa amor. Pensad por un momento cómo sería darse cuenta de que una persona en la que has puesto una confianza ciega durante equis cantidad de tiempo de tu vida traiciona vuestra privacidad y le da tan poca importancia al tiempo y sentimientos compartidos. Y no solo eso. Ahora pensad que ese vídeo se propaga por vuestra oficina y tenéis que madrugar a diario para ver corrillos, escuchar risitas cuando aparecéis y soportar cachondeíto general. Poneos en el supuesto de que pedís ayuda dentro del entorno laboral para gestionar la situación y os dicen que os peinéis con la raya al medio porque eso es problema personal vuestro y que si veis que tal, que os deis una vuelta por la comisaría del barrio para charlar del tema con un señor de uniforme. Y ahora visualizad la estampa que es que ese vídeo que ha convertido tu jornada laboral en un infierno llega a manos de tu pareja.
Bueno, pues hay gente que no tiene que imaginarse esto. Una mujer se ha quitado la vida precisamente por esto, y no ha sido la primera y, lamentablemente, tampoco será la última.
No será la última porque sigue sin haber consenso en una cosa tan sencilla como que la víctima no es culpable de nada de lo que ha sucedido. Ella compartió libremente un pedazo de intimidad con otra persona a la que consideraba digna y esa persona traicionó su confianza, violó su privacidad y difundió sus secretos. Las personas que recibieron, una por una, el puto vídeo de los cojones y continuaron con la cadena de difusión son cómplices del traidor y personas carentes de empatía y perspectiva para medir la magnitud de la gravedad de sus actos. La empresa, que no aplicó protocolo alguno ni se molestó en valorar la situación como un riesgo laboral, también es en parte culpable de que la situación se haya vuelto tan insoportablemente humillante y dolorosa como para que una mujer haya considerado que la única forma de escapar de ella fuera la muerte. La justicia, en el terreno de lo legal, se encargará de repartir las culpas y decidir las medidas; la conciencia de cada una de las personas involucradas hará su labor en el terreno de lo moral, o al menos así lo espero, pero una cosa está clara y es que ella, la víctima, no tuvo la culpa de nada de lo que ha pasado. Ella no peca de ingenuidad, ni tenía obligación de pensar en que una relación sentimental no es para siempre. Un vídeo sexual privado entre adultos que consienten no es ningún delito ni debería ser una sentencia de muerte (social o literal) para quien lo envía. Difundirlo sin permiso y compartirlo, comentarlo y deshuevarte con él a costa del protagonista cuya vida íntima ha sido expuesta de forma traicionera sí que lo es. Y la ley puede ir en esa línea y enfocar el castigo en quien desvela secretos pero nuestra sociedad todavía castiga a quien no debe y eso es grave. Tremendamente grave.
¿Y al final qué conclusión podemos extraer de todo esto?
Que esa mujer ha sido víctima de un mundo y una sociedad morbosos que se rigen por normas y conductas que castigan ejercicios de libertad sexual por parte de las mujeres. Se ha usado un aspecto de su vida de mujer adulta y de su privacidad para avergonzarla y humillarla hasta límites que no son concebibles si el protagonista del vídeo sexual hubiera sido un hombre. Que una sociedad funcione por medio del castigo social, la marginación, el matonismo, la intimidación y la carencia total de empatía no hace que nada de eso sea correcto, la mayoría no siempre lleva razón y lo que siempre ha sido, no tiene por qué seguir siéndolo eternamente si no es aceptable a nivel humano, ético y moral. La sociedad va en marcha por el camino equivocado, el mundo se equivoca y lo primero que se cuestiona en tertulias de anónimos y no tan anónimos es a la víctima, porque, al final, ver que lo que falla es toda la cadena de montaje y no se puede cargar con la responsabilidad a un único engranaje díscolo es demasiado doloroso.
Hoy, muchas mujeres que ya han osado a vivir su sexualidad como han creído conveniente y confiar en sus parejas, es posible que se sientan un poco más vulnerables y temerosas de lo que puede depararles el futuro. Mañana, muchas mujeres se lo pensarán dos veces antes de compartir un vídeo o imagen de carácter sexual con sus parejas, pese a que les apetezca, porque aún existen quienes dicen que, si son traicionadas y vendidas al gran e inmisericorde público, ellas serán las causantes de su propia desgracia por haber elegido mal. Porque al final, el mundo se equivoca, pero la corriente siempre es demasiado fuerte para aguantarla sola.
Descanse en paz, Verónica.
Me alegro de volver a leerte :-)
ResponderEliminarYo no es que me lo piense dos veces, es que ni lo he hecho ni lo pienso hacer nunca. No porque no me fíe de mi pareja, sino porque incluso fiándote de ella, y correspondiendo ésta a la confianza que le has entregado, son demasiadas las cosas que pueden salir mal. Te pueden robar el móvil, te pueden piratear el dispositivo, te lo puede coger otra persona y hacer "la gracia" de reenviar el vídeo sin que lo sepas, tú mismo lo puedes enviar por error. Hay mil cosas que pueden salir mal, y aunque la culpa no sea tuya, las consecuencias igualmente serán irreparables.
Briconsejo de una que lleva muchos años trabajando en los Juzgados: JAMÁS te grabes ni te dejes grabar en actitudes sexuales, o en general, en cualquier actitud en la que no quieras que te vean. Es como escribir un archivo con todas tu claves bancarias y dejarlas en un ordenador sin antivirus, o como meterte en el peor barrio de tu ciudad llevando un reloj de oro y sacándote billetes del bolsillo. No se trata de blame-victim, es que sencillamente el riesgo no vale la pena.
Yo tampoco lo he hecho ni tengo intención de hacerlo nunca por todo lo que comentas. Soy una paranoica y simplemente no podría vivir tranquila. La cuestión es que, como en todos los casos similares, se suele contraponer la libertad del individuo (específicamente de las mujeres) con las medidas de seguridad. Poner medios o ser precavidas no es intrínsecamente malo ni algo que deba de eliminarse con el fin de ser o hacer ver como que se es más feminista pero sí es verdad que hay actitudes sociales o posturas de algunos sectores que sí que vuelcan la responsabilidad en la víctima y lo achacan a que no tomó las precauciones suficientes.
EliminarEstá bien ser conscientes de la realidad imperante y protegernos de la mejor manera que creamos convenientes pero también hay que tener los ojos muy abiertos y no obviar el hecho de que en este caso concreto (y en otros, como en las violaciones) uno de los factores de riesgo es simplemente ser mujer y me parece muy importante hacer ese apunte, no para todo el mundo, sino para la gente que sí que se sube al carro de la culpabilización de la víctima.
Muchas gracias por comentar :)